Televisión y cultura de masas (Primeras reflexiones de la Escuela de Frankfurt sobre la TV)
Theodor
Adorno
Televisión
y cultura de masas
Introducción
El
efecto de la televisión no puede enunciarse debidamente en términos
de éxito o fracaso, gusto o rechazo, aprobación o desaprobación.
Más bien se debería hacer una tentativa, con ayuda de categorías
de la psicología profunda y de un conocimiento previo de los medios
para las masas, por concretar cierto número de conceptos teóricos
mediante los cuales podría estudiarse el efecto potencial de la
televisión, su influencia en diversas capas de la personalidad del
espectador. Parece oportuno indagar sistemáticamente los estímulos
socio-psicológicos que son típicos del material televisado tanto en
un nivel descriptivo como en un nivel psicodinámico, analizar sus
supuestos previos así como su pauta total y evaluar el efecto que es
posible que produzcan. Cabe esperar que, en última instancia, este
procedimiento traiga a luz una serie de recomendaciones sobre el modo
de tratar estos estímulos a fin de producir el efecto más
conveniente de la televisión. Al revelar las implicaciones
socio-psicológicas y los mecanismos de la televisión, que a menudo
actúan con el disfraz de un falso realismo, no sólo podrán
mejorarse los programas sino que también -y esto es tal vez más
importante- podrá sensibilizarse al público en cuanto el efecto
inicuo de algunos de estos mecanismos.
La
cultura popular más antigua y la reciente
A
fin de hacer justicia a todas las complejidades de esta índole es
necesario un examen mucho más atento de los antecedentes y el
desarrollo de los modernos medios para las masas que el que conoce la
investigación sobre comunicaciones, la cual por lo general se limita
a las condiciones actuales. Sería necesario establecer qué tiene en
común la producción de la industria cultural contemporánea con las
formas de arte popular o "inferior" de otros tiempos, así
como lo que tiene en común con el arte autónomo y en qué consisten
las diferencias. Baste señalar aquí que los arquetipos de la actual
cultura popular quedaron establecidos relativamente temprano en el
desarrollo de la sociedad de clase media: hacia fines del siglo XVII
y comienzos del siglo XVIII en Inglaterra. Conforme a los estudios
del sociólogo inglés Ian Watt [Adorno se refiere a las
investigaciones del profesor Watt que éste reúne en su obra The
Rice of the Novel (Studies in Defoe, Richardson and Fielding), Chatts
& Windus, Londres, 1957 (N. de E.)], las novelas inglesas de ese
período, en especial, las obras de Defoe y Richardson, señalaron el
comienzo de una actitud ante la producción literaria que
conscientemente creó, sirvió y por último controló un "mercado".
Hoy,
la producción comercial de artículos de consumo culturales se ha
vuelto aerodinámica y coincidentemente ha aumentado la influencia de
la cultura popular sobre el individuo. Este proceso no ha quedado
limitado a la cantidad sino que ha dado lugar a nuevas cualidades. En
tanto que la cultura popular reciente ha absorbido todos los
elementos y en particular todas las "prohibiciones" de su
predecesora, difiere de ésta decisivamente en la medida en que se ha
desarrollado en un sistema. Así, la cultura popular ya no está
limitada a ciertas formas como la novela o la música bailable,
puesto que se ha apoderado de todos los medios de expresión
artística. La estructura y el significado de estas formas presenta
un asombroso paralelismo, incluso cuando parecen tener poco en común
en la superficie (por ejemplo, en el caso del "jazz" y las
novelas policiales). Su producción ha aumentado de modo tal que se
ha hecho casi imposible eludirlas; e incluso aquellos que antes se
mantenían ajenos a la cultura popular -la población rural, por una
parte, y los sectores muy cultivados, por la otra- ya están de algún
modo afectados.
Cuanto
más se expande el sistema de "comercialización" de la
cultura, más se tiende asimismo a asimilar el arte "serio"
del pasado mediante la adaptación de este arte a los propios
requisitos del sistema. El control es tan amplio que cualquier
violación de sus reglas es estigmatizada a priori como "pedantería"
y tiene pocas posibilidades de llegar al grueso de la población. El
esfuerzo concertado del sistema tiene como consecuencia lo que se
podría denominar la ideología predominante de nuestra época.
Hay,
por cierto, muchos cambios típicos dentro de la pauta de hoy; por
ejemplo, antes se presentaba a los hombres como eróticamente
agresivos y a las mujeres, a la defensiva, en tanto que esta imagen
ha sido en buena medida invertida en la actual cultura de masas,
según lo han destacado en especial Wolfenstein y Leites.[ En su obra
Movies: A Psy[c]hological Study, The Free Press, Glencoe 1950 (N. del
E.)] Sin embargo, más importancia tiene el hecho de que la pauta
misma, vagamente perceptible en las antiguas novelas y
fundamentalmente conservada hoy, se encuentra, a esta altura,
congelada y uniformada. Por sobre todo, esta rígida
institucionalización transforma la moderna cultura de masas en un
medio formidable de control psicológico. El carácter reiterativo,
de ser siempre lo mismo, y la ubicuidad de la moderna cultura de
masas tiende a favorecer las reacciones automatizadas y a debilitar
las fuerzas de resistencia individual.
Cuando
el periodista Defoe y el impresor Richardson calculaban el efecto de
sus mercancías sobre el público, tenían que conjeturar, que
atenerse a sus "pálpitos" y en razón de esto subsistía
cierta latitud para desarrollar desviaciones. En la actualidad, estas
desviaciones han quedado reducidas a una suerte de elección múltiple
entre muy pocas alternativas. Lo siguiente puede servir de ejemplo.
Se suponía que las novelas populares o semipopulares de la primera
mitad del siglo XIX, publicadas en grandes tirajes y para satisfacer
el consumo de masas, provocaban tensión en el lector. Si bien en
general se adoptaban las providencias necesarias para que el bien
triunfara sobre el mal, las tramas laberínticas e interminables casi
no les permitían a los lectores de Sue y Dumas tener conciencia
constantemente de la moraleja. Los lectores podían esperar que
ocurriera cualquier cosa. Esto ya no es válido. Todo espectador de
una historia de detectives televisada sabe con absoluta certeza cómo
va a terminar. La tensión sólo se mantiene superficialmente y es
poco probable que tenga todavía un efecto importante. Este anhelo de
"sentirse sobre terreno seguro" -que refleja una necesidad
infantil de protección más que el deseo de estremecerse- es
satisfecho comercialmente. El elemento excitante sólo es conservado
de los dientes para afuera. Estos cambios coinciden con el cambio
potencial de una sociedad libremente competitiva a una sociedad
virtualmente "cerrada" en la que uno quiere ser admitido o
de la que uno teme ser rechazado. De algún modo, todo se presenta
"predestinado".
La
fuerza creciente de la moderna cultura de masas es realzada más aun
por las modificaciones de la estructura sociológica del auditorio..
La antigua elite culta ya no existe; sólo en parte la
"intelligentzia" contemporánea corresponde a ella. Al
mismo tiempo, enormes estratos de la población que antes no tenían
contacto con el arte se han convertido en "consumidores"
culturales. Los públicos actuales, si bien probablemente son menos
capaces de la sublimación artística generada por la tradición, se
han vuelto más listos en cuanto a sus exigencias de perfección
técnica y de exactitud en la información, así como en su deseo de
"servicios"; y han adquirido una mayor convicción en
cuanto al poder potencial de los consumidores sobre los productores,
sin que importe que este poder sea esgrimido realmente.
También
puede ejemplificarse cómo los cambios experimentados en el seno del
público han influido sobre el significado de la cultura popular. El
elemento de la internalización desempeñaba un papel decisivo en las
primitivas novelas populares puritanas del tipa de las ele
Richardson. Este elemento ya no predomina, pues se basaba en el papel
fundamental dela "interioridad" tanto en el protestatismo
inicial como en la más primitiva sociedad de clase media. A medida
que la profunda influencia de los postulados básicos del puritanismo
ha disminuido paulatinamente, la pauta se ha vuelto cada vez más
opuesta al "introvertido". Tal como lo dice Riesman: "...
La conformidad de anteriores generaciones de norteamericanos del tipo
que denomino "intra-dirigidos" estaba asegurada
principalmente por su internalización de la autoridad adulta. El
actual norteamericano urbano de clase media, el "alter-dirigido",
es, a diferencia del anterior, más el producto de sus pares en un
sentido caracterológico; esto es, en términos sociológicos, de sus
"grupos pares", los otros chicos en la escuela o en la
manzana.[David Riesman, The Lonely Crowd, New Haven, 1950, p. 5 (Hay
traducción castellana: Edit. Paidós, Bs.As. 1964).]
Esto
se refleja en la cultura popular. El acento en la interioridad, en
los conflictos interiores y la ambivalencia psicológica (que
desempeña un papel tan importante en las primeras novelas populares
y de las que depende su originalidad) ha cedido su puesto a una
caracterización no problemática, estereotipada. Pero el código de
decoro que rige los conflictos interiores de las Pamelas, Clarisas y
Lovelaces perdura casi literalmente intacto.[ La evolución de la
ideología del extrovertido también tiene, probablemente, su larga
historia, en especial en los tipos más bajos de literatura popular
durante el siglo XIX, cuando el código de decoro quedó divorciado
de sus raíces religiosas y adquirió por consiguiente, cada vez más,
el carácter de un opaco tabú. Parece probable, empero, que a este
respecto el triunfo del cine señalará el paso decisivo. La lectura
como acto de percepción y apercepción posiblemente lleva aparejada
una determinada clase de internalización; el acto de leer una novela
resulta bastante próximo a un monólogo interior. La visualización,
en los actuales medios de masas, favorece la externalización. La
idea de interioridad, que se conserva aún en la anterior pintura de
retratos a través de la expresividad del rostro, cede su puesto a
señales ópticas inconfundibles que pueden ser captadas de un
vistazo. Incluso si un personaje en una película o un programa de
televisión no es lo que parece ser, su apariencia es tratada en
forma tal que no quede duda en cuanto a su verdadera naturaleza. Así,
un villano que no es presentado como una bestia debe por lo menos ser
"suave", y su melosidad repulsiva y sus pulcros modales
indican en forma nada ambigua qué debemos pensar de él.] La
"ontología" de la clase media se conserva en una forma
casi fosilizada, pero está cercenada de la mentalidad de las clases
medias. Al ser superpuesta a seres con cuyas condiciones de vida y
con cuya estructura mental ya no está en armonía, esta ontolo-gía
de la clase media asume un carácter cada vez más autoritario y al
mismo tiempo vacuo.
Se
evita la explícita "ingenuidad" de la cultura popular más
antigua. La cultura de masas, aunque no sea refinada, debe por lo
menos estar al día -es decir, ser "realista" o darse humos
de serloa fin de satisfacer las previsiones de un público que se
supone desilusionado, astuto y curtido. Las exigencias de la clase
media ligadas con la internalización -como ser la concentración, el
esfuerzo intelectual y la erudición- tienen que ser aliviadas
constantemente. Esto no sólo es válido en el caso de Estados
Unidos, donde los recuerdos históricos son más escasos que en
Europa; se trata de un fenómeno universal, también válido para
Inglaterra y la parte continental de Europa.[ Cabe observar que la
tendencia contra la "erudición" ya estaba presente en el
comienzo mismo de la cultura popular, particularmente en Defoe, quien
se oponía conscientemente a la literatura erudita de su tiempo y que
se ha hecho famoso por haber desdeñado todos les refinamientos de
estilo y de construcción artística en favor de una aparente
fidelidad a la "vida".]
Sin
embargo, este aparente progreso de la ilustración tiene un
contrapeso excesivo en ciertos rasgos retrógrados. La anterior
cultura popular mantenía cierto equilibrio entre su ideología
social y las condiciones sociales concretas en que vivían sus
consumidores. Probablemente, esto contribuyó a mantener más
impreciso que hoy el límite entre el arte popular y el arte serio en
el siglo XVIII. El abate Prévost fue uno de los padres fundadores de
la literatura popular francesa; pero su Manon Lescaut está
absolutamente exenta de clisés, vulgaridades artísticas y efectos
deliberados. Del mismo modo, años después y siempre dentro del
siglo XVIII, la Zauberfloete de Mozart estableció un equilibrio
entre el estilo "elevado" y el popular que es casi
inconcebible hoy.
La
maldición de la actual cultura de masas parece ser su adhesión a la
ideología casi intacta de la primitiva sociedad de clase media, en
tanto que las vidas de sus consumidores están completamente fuera de
tono con esa ideología. He aquí tal vez lo que explica el vacío
entre el "mensaje" explícito y el culto en el arte popular
contemporáneo. Aunque en el nivel explícito se promulgan los
valores tradicionales de la sociedad puritana inglesa de clase media,
el mensaje oculto se dirige a un ánimo que ya no está obligado por
estos valores. Más bien, el ánimo de hoy transforma los valores
tradicionales en las normas de una estructura social cada vez más
jerárquica y autoritaria. Incluso aquí hay que admitir que también
en la ideología anterior estaban presentes elementos autoritarios
que, por supuesto, nunca expresaban del todo la verdad. Pero el
"mensaje" de adaptación y de obediencia irreflexiva parece
dominar hoy e invadirlo todo. Debe examinarse cuidadosamente si los
valores mantenidos y que proceden de ideas religiosas adquieren un
significado diferente cuando se los separa de su raíz. Por ejemplo,
el concepto de la "pureza" (le las mujeres es uno de los
elementos invariables de la cultura popular. En la fase primitiva,
este concepto es tratado en términos de un conflicto interior entre
la concupiscencia y el ideal cristiano internalizado (le castidad, en
tanto que en la actual cultura popular se lo postula dogmáticamente
como un valor per se.
Por
otra parte, incluso los rudimentos de esta pauta son visibles en
producciones como Pamela. Sin embargo, en tal nivel aparece un
subproducto; en tanto que en la actual cultura popular la idea de que
sólo la "buena chica" se casa y que debe casarse a
cualquier precio ha llegado a ser aceptada ya antes (le que los
conflictos de Richardson empiecen.[ Una de las diferencias
significativas parece ser que en el siglo XVIII el propio concepto de
cultura popular -que en sí mismo avanzaba hacia una emancipación de
la tradición absolutista y semifeudal- tenía un significado
progresivo, haciendo hincapié en la autonomía del individuo como
ser capaz de adoptar sus propias decisiones. Esto significa, entre
otras cosas, que la primitiva literatura popular dejaba espacio para
autores que se oponían violentamente a la pauta establecida por
Richardson y que, no obstante, obtuvieron su propia popularidad. El
caso más destacado de esta índole es el de Fielding, cuya primera
novela se inició como una parodia de Richardson. Resultaría
interesante comparar la popularidad de Richardson y Fielding en su
época. Difícilmente obtuvo Fielding el mismo éxito que Richardson.
Pero también resultaría absurdo suponer que la cultura popular de
hoy permitiera un equivalente de Tom Jones. Esto puede ejemplificar
el enunciado sobre la "rigidez" de la actual cultura
popular. Un experimento decisivo sería hacer una tentativa por basar
una película en una novela como The Loved One (El amado) de Evelyn
Waugh. Es casi seguro que el guión sería corregido y reformado a
tal punto que nada remotamente semejante a la idea del original
quedaría en él.]
Cuanto
más inarticulado y difuso parece ser el público de los actuales
medios para las masas, más tienden a lograr su "integración"
los medios para las masas. Los ideales de conformidad y
concensionalismo eran inherentes alas novelas populares desde el
comienzo mismo. Ahora, empero, estos ideales han sido traducidos en
prescripciones bastante claras sobre lo que hay que hacer y lo que no
hay que hacer. El desenlace de los conflictos está preestablecido y
todos los conflictos son puro simulacro. La sociedad es siempre la
que sale ganando y el individuo es tan sólo un títere manipulado a
través de normas sociales. A la verdad, los conflictos ole tipo
decimonónico -como ser las mujeres que se escapaban de sus maridos,
la mediocridad de la vida provinciana y la rutina- se encuentran a
menudo en los cuentos que actualmente publican las revistas. Sin
embargo, con una regularidad que desafía las posibilidades de un
tratamiento cuantitativo, se deciden estos conflictos en favor de las
mismísimas condiciones de las que querían liberarse esas mujeres.
Los cuentos enseñan a sus lectoras que hay que ser "realistas",
que hay que desecharlas nociones románticas, que hay que adaptarse a
cualquier precio y que no puede esperarse nada más de individuo
alguno. El perenne conflicto de clase media entre la individualidad y
la sociedad ha quedado reducido a un recuerdo indistinto y el mensaje
es invariablemente el de identificación con el status quo. Tampoco
este tema es nuevo, pero su indefectible universalidad le confiere un
significado absolutamente diferente. La reiteración constante de
valores convencionales parece significar que estos valores han
perdido su sustancia y que se teme que la gente siga realmente sus
impulsos instintivos y sus comprobaciones conscientes a menos que se
les asegure constantemente desde afuera, que no deben preceder así.
Cuanto
menos es creído realmente el mensaje y cuanto menos está en armonía
con la existencia concreta de los espectadores, tanto más se lo
mantiene en la cultura moderna. Cabe reflexionar sobre si una
inevitable hipocresía es concomitante con el afán punitivo y con la
dureza sádica.
La
estructura de múltiples estratos
Un
enfoque psicológico-profundo de la televisión tiene que
concentrarse en su estructura de múltiples estratos. Los medios para
las masas no son tan sólo la suma total de las acciones que
representan o de los mensajes que se irradian desde esas acciones.
Los medios para las masas constan asimismo de diversos estratos de
significados, superpuestos los unos a los otros y todos los cuales
contribuyen al efecto. Cierto es que debido a su naturaleza
calculadora estos productos racionalizados parecen ser más nítidos
en sus mensajes que las auténticas obras de arte, las cuales no
pueden ser reducidas a uno u otro "mensaje" inconfundible.
Pero el legado del significado polimorfo ha sido usurpado por la
industria cultural en la medida en que lo que trasmite se organiza
por su parte con el objeto de dominar el ánimo delos espectadores en
diversos niveles psicológicos a la vez. A decir verdad, el mensaje
oculto pueda ser más importante que el mensaje explícito, ya que el
primero eludirá los controles de la conciencia, no se lo "verá
al través", no será esquivado por la resistencia a las ventas
y, en cambio, es posible que se hunda en la mente del espectador.
Posiblemente,
los diversos niveles que hay en los medios para las masas implican
todos los mecanismos de conciencia e inconsciente en que insiste el
psicoanálisis. La diferencia entre el contenido superficial, el
mensaje explícito del material televisado y su significado oculto es
en general marcado y más bien nítido. La rígida superposición de
diversos estratos es probablemente uno de los rasgos en virtud de los
cuales los medios para las masas son diferenciables de los productos
integrados del arte autónomo, en el que los diversos estratos están
fusionados de un modo mucho más cabal. El efecto pleno del material
sobre el espectador no puede ser estudiado sin prestar atención al
significado oculto conjuntamente con el significado explícito y es
precisamente la interacción de diversos estratos lo que hasta ahora
se ha descuidado y lo que constituirá el centro de nuestra atención.
Esto está en armonía con el supuesto, compartido por gran número
de especialistas en las ciencias sociales, según el cual ciertas
tendencias políticas y sociales de nuestra época, en particular
aquellas de naturaleza totalitaria, se nutren en buena medida de
motivaciones irracionales y a menudo inconscientes. Resulta difícil
predecir si el mensaje consciente o el mensaje inconsciente de
nuestro material es el más importante y esto sólo puede evaluarse
después de un cuidadoso análisis. Reconocemos, empero, que el
mensaje explícito puede ser interpretado con más eficacia a la luz
de la psicodinámica -es decir, en su relación con impulsos
instintivos así como con el control- que si se considera este
mensaje explícito en forma ingenua y se hace caso omiso de sus
implicaciones y supuestos previos.
En
la práctica se verá que la relación entre el mensaje explícito y
el mensaje oculto es sumamente compleja. Así, el mensaje oculto
tiende a menudo a reforzar actitudes convencionalmente rígidas y
"pseudo- realistas", análogas a las ideas aceptadas que
propaga en forma más racionalista el mensaje superficial. Y a la
inversa, se permite que cierto número de gratificaciones reprimidas
que desempeñan un papel importante en el nivel oculto se manifiesten
en la superficie en forma de chistes, observaciones de subido tono,
situaciones sugestivas y otros artificios semejantes. Sin embargo,
toda esta interacción de diversos niveles apunta en una dirección
definida: la tendencia a canalizar la reacción del público. Esto
concuerda con la sospecha tan difundida, si bien difícil de
corroborar mediante datos precisos, de que en la actualidad la
mayoría de los programas de televisión se propone producir, o por
lo menos reproducir, las mismas notas de presunción, pasividad
intelectual y credulidad que parecen ajustarse a los credos
totalitarios, por más que el mensaje superficial explícito de los
programas televisados sea antitotalitario.
Con
los medios de la psicología moderna trataremos de determinar los
requisitos previos y primordiales para programas que susciten
reacciones maduras y responsables; de programas que impliquen no sólo
por su contenido sino por el modo mismo en que las cosas son
consideradas la idea de individuos autónomos en una sociedad
democrática libre. Nos olamos cuenta con toda claridad de que
cualquier definición de un individuo de esta naturaleza será
peligrosa; pero sabemos muy bien cómo no debe ser un ser humano que
merezca la designación de "individuo autónomo". Y este
"no" constituye el punto central de nuestra consideración.
Cuando hablemos de la estructura de múltiples estratos de los
programas de televisión, pensamos en diversos estratos superpuestos
de grados diferentes de explicitud u ocultamiento que son utilizados
por la cultura de masas como un medio tecnológico para "manipular"
el auditorio. Esto fue expresado muy acertadamente por Leo Lowenthal
cuando acuñó la expresión "psicoanálisis al revés".
Con lo cual se está diciendo que de algún modo el concepto
psicoanalítico de una personalidad de múltiples estratos ha sido
tomado en préstamo por la industria cultural y que el concepto es
utilizado a fin de atrapar al consumidor tan cabalmente cuanto sea
posible y a fin de ponerlo psicodinámicamente al servicio de efectos
premeditados. Se lleva a cabo una nítida división en
gratificaciones permitidas, gratificaciones prohibidas y repetición
de las gratificaciones prohibidas, en una forma algo modificada y
desviada.
Para
aclarar el concepto de la estructura de múltiples estratos
consideremos el siguiente ejemplo: la heroína de una comedia
sumamente ligera y traviesa es una joven maestra que no sólo recibe
muy poco sueldo sino que también es incesantemente multada por su
directora de escuela, personaje caricaturescamente pomposo y
autoritario. Debido a esto, la muchacha no tiene el dinero necesario
para pagarse sus comidas y de hecho pasa hambre. Las situaciones que
se suponen graciosas consisten principalmente en sus tentativas por
conseguir dile la inviten a comer diversos conocidos suyos, pero
regularmente sin éxito. La mención de alimentos y del acto de comer
parece producir risa; observación que puede hacerse a menudo y que
incita a un estudio por separado.[ Cuanto más se lleva al extremo la
racionalidad (el principio de realidad), más tiende, paradojalmente,
a aparecer su fin último (la gratificación efectiva) como algo
"inmaduro" y ridículo. No sólo el acto de comer sino
también las manifestaciones no controladas de los impulsos sexuales
tienden a provocar la risa en los auditorios: en las películas, por
lo general ocurre que hay que llegar gradualmente a los besos,
preparar el escenario para ellos, a fin de evitar las risas. Pero la
cultura de masas no consigue nunca del todo eliminar la risa
potencial. Provocada, desde luego, por el supuesto infantilismo del
placer sensual, la risa puede ser explicada en gran parte por el
mecanismo de represión. La risa es una defensa contra el fruto
prohibido.]
Explícitamente,
la pieza sólo constituye una diversión ligera que es proporcionada
ante todo por las penosas situaciones en que caen constante la
heroína y su archienemiga. E1 libreto no trata de "vender"
ninguna idea. El "significado oculto" surge, simplemente,
por la forma en que el argumento considera los seres humanos; así,
se incita al público a considerar los personajes de la misma manera,
sin dejarles darse cuenta de que está presente un adoctrinamiento.
E1 personaje de la maestrita mal pagada y maltratada s una tentativa
por llegar a una transacción entre: el desdén predominante hacia
los intelectuales y el respeto igualmente convencionalizado por la
"cultura". La heroína muestra tal superioridad intelectual
y un ánimo tan elevado que se incita al público a identificarse con
ella y se brinda una compensación por la inferioridad de su posición
y la de sus pares en la estructura social. No sólo se supone que el
personaje centrales una muchacha muy encantadora sino que también
esta muchacha hace chistes constantemente. En términos de una pauta
establecida de identificación, el guión implica lo siguiente: "Si
eres tan divertido, bondadoso, listo y encantador como esta chica, no
te importe que te paguen un sueldo de hambre. Puedes hacer frente a
tus frustraciones en forma humorística; y la superioridad que te
confieren tu ingenio y tu agudeza no sólo te ponen por encuna de las
privaciones materiales sino que también te ponen por encima del
resto de la humanidad". En otras palabras, el guión constituye
un procedimiento astuto para fomentar la adaptación a condiciones
humillantes, a tal fin presentándolas como objetivamente cómicas y
presentando la imagen de una persona que experimenta incluso su
propia posición desmedrada como algo cómico, libre de todo
resentimiento.
Por
supuesto, este mensaje latente no puede ser considerado inconsciente
en un sentido psicológico estricto sino, más bien, "callado";
este mensaje sólo está oculto por un estilo que no pretende rozar
nada serio y que aspira a ser considerado tan leve como una pluma. No
obstante, hasta un entretenimiento de esta naturaleza tiende a
establecer pautas para los integrantes del público sin que éstos lo
adviertan.
Otra
comedia con la misma tesis traca la memoria las tiras cómicas. Una
vieja chiflada redacta el testamento de su gato (Mr. Casey) y declara
herederas a algunas de las maestras de escuela que figuran en el
reparto permanente. Luego se descubre que en realidad la herencia
consiste en los mezquinos juguetes del gato. La trama está elaborada
de modo tal que cada una de las herederas, al leerse el testamento,
se siente tentada a actuar como si hubiera conocido a esa persona
(Mr. Casey). El punto culminante es que la propietaria del gato había
puesta un billete de cien dólares adentro de cada uno de los
juguetes; y las herederas corren hacia el horno incinerador a fin de
recuperar su herencia. Al auditorio se le da a entender lo siguiente:
"No esperes lo imposible, no sueñes despierto, hay que ser
realistas". La denuncia de ese ensueño arquetípico es
acentuada por la asociación del deseo de dones inesperados e
irracionales con la deshonestidad, la hipocresía y, en general, una
actitud exenta de dignidad. Al espectador se le da a entender esto:
"Los que se atreven a soñar despiertos, los que esperan que les
caiga dinero del cielo y olvidan toda cautela para aceptar un
testamento absurdo son al mismo tiempo aquellos de quienes uno podría
esperar que fueran capaces de trampear".
A
esta altura, tal vez se formulará una objeción: tan siniestro
efecto del mensaje oculto de la televisión ¿es conocido por
aquellos que controlan, organizan, escriben y dirigen los programas?
O bien puede incluso preguntarse el lector si son esos rasgos
posibles proyecciones del inconsciente de las propias mentes de los
que toman las decisiones, conforme a la muy difundida hipótesis de
que las obras de arte pueden ser interpretadas debidamente en
términos de proyecciones psicológicas de sus autores. A decir
verdad, este tipo de razonamiento es lo que ha dado lugar a que se
propusiera la realización de un estudio socio-psicológico especial
sobre las personas que deciden las cosas en el campo de la
televisión. No creemos que con tal estudio se pueda ir muy lejos. Al
concepto de proyección se le ha atribuido excesiva importancia,
incluso en el dominio del arte autónomo. Pues si bien las
motivaciones de los autores -no cabe duda de ello- entran en sus
obras, de ningún modo son tan omnideterminantes como se supone a
menudo. No bien un artista se ha planteado su problema, éste
adquiere cierta clase de influencia que le es propia; en la mayoría
de los casos, tiene que adecuarse a las exigencias objetivas de su
producto mucho más que a sus propios impulsos de expresión, cuando
traduce su concepción primordial en una realidad artística. Por
cierto, estas exigencias objetivas no desempeñan un papel de
importancia decisiva c n los medios para las masas, en los que se
acentúa el efecto sobre el espectador en una forma que excede de
lejos todo problema artístico. Sin embargo, aquí el mecanismo total
tiende a limitar drásticamente las oportunidades de las proyecciones
del artista.
Quienes
producen el material siguen, a menudo a regañadientes, innumerables
exigencias normas empíricas pautas establecidas y mecanismos de
controles que necesariamente reducen a un mínimo el margen de
cualquier clase de auto-expresión artística. El hecho de que la
mayor parte de los productos de los medios para las masas no son
producidos por un individuo sino mediante una colaboración colectiva
-corno es el caso de la mayoría de los ejemplos que se ha examinado
hasta ahora- es sólo un factor contribuyente a esta condición
reinante en general. Estudiar programas de televisión en términos
de la psicología de los autores sería casi equivalente a estudiar
los autos Ford en términos del psicoanálisis del difunto Mr. Ford.
Presuntuosidad
Los
mecanismos psicológicos típicos utilizados por los programas de
televisión y los procedimientos por los que son automatizados,
funcionan solamente dentro de un pequeño número de puntos de refere
ncia determinados que son válidos en la comunicación por
televisión, y el efecto socio-psicológico depende, en gran parte,
de ellos. Todos estamos familiarizados con la división del contenido
de los programas de televisión en diversas clases, como ser comedias
livianas, historias de vaqueros, historias de detectives, piezas a
las que se las llama "sofisticadas" y otras más. Estos
tipos se han consolidado en fórmulas que, hasta cierto punto,
preestablecen la pauta actitudinal del espectador ya antes de que
éste se vea confrontado con uno u otro contenido específico y que
en gran parte determina el modo de que un contenido específico es
percibido.
No
basta, por lo tanto, para comprender la televisión con destacar las
implicaciones de diversos programas y tipos de programas. Es
necesario llevar a cabo un examen de los supuestos previos conforme a
los cuales funcionan las implicaciones ya antes de que se haya dicho
una sola palabra. De suma importancia es el hecho de que la
tipificación de los programas ha ido tan lejos que el espectador se
acerca a uno u otro con una pauta establecida de previsiones antes de
hallarse frente al programa mismo; exactamente en la misma forma en
que el radioescucha al que le llega el comienzo del concierto para
piano de Tchaikowsky se dice "¡Hola, he aquí música seria!",
o cuando escucha música de órgano reacciona en forma igualmente
automática con un "¡Hola, he aquí algo religioso!".
Estos efectos de halo de experiencias previas pueden ser
psicológicamente tan importantes como las implicaciones de los
propios fenómenos para los que han preparado el escenario; y, por lo
tanto, estos supuestos previos deben ser considerados con igual
atención.
Cuando
un programa de televisión lleva como título "El infierno de
Dante", cuando la primera toma es la de un club nocturno de este
nombre y cuando encontramos acodado contra la barra a un hombre con
el sombrero puesto y a cierta distancia de él a una mujer de mirada
triste y muy pintarrajeada que pide otra copa, tenemos casi la
certeza de que pronto va a cometerse un crimen. La situación
aparentemente individualizada sólo actúa en realidad como una señal
que orienta nuestras previsiones en una dirección precisa. Si nunca
hubiéramos visto otro programa que "El infierno de Dante",
probablemente no estaríamos seguros de lo que va a ocurrir; pero, en
los hechos, concretamente se nos da a entender mediante recursos
sutiles (y otros no son tan sutiles) que se trata de una historia de
crímenes, que tenemos derecho a esperar algunos actos de violencia
siniestros y probablemente horrendos y sádicos, que el héroe se
salvará de una situación de la que apenas cabe esperar que se
salve, que la mujer que. está sentada en el taburete junto a la
barra no es, probablemente, el delincuente principal pero que es
posible que pierda su vida como hembra de un pistolero, etc., etc.
Sin embargo, este condicionamiento a estas pautas universales, apenas
si se detiene en el estudio de televisión.
La
manera en que se hace que el espectador considere cosas aparentemente
corrientes, como ser un club nocturno, y en que se hace que
interprete escenarios de su vida diaria como lugares sospechosos
donde pueden cometerse crímenes, induce al espectador a contemplar
la vida misma como si ella y sus conflictos pudieran en general ser
interpretadas en tales términos.[ Tampoco esta relación debe ser
simplificada en exceso. Por mucho que los actuales medios para las
masas tiendan a volver borrosa la diferencia entre la realidad y lo
estético, nuestros espectadores realistas tienen con todo conciencia
de que las cosas "van en broma". No es posible suponer que
la percepción primaria directa de la realidad tenga lugar dentro del
marco de referencias de la televisión, por más que muchos
espectadores de cine recuerdan la alienación de espectáculos
familiares cuando salen de la sala: todo tiene todavía la apariencia
de formar parte de la trama de la película. Lo que es más
importante es la interpretación de la realidad en términos de
"traslados" psicológicos, la preparación para ver los
objetos corrientes como si algún misterio amenazador se ocultara
tras ellos. Semejante actitud parece ser sintónica con espejismos de
las masas como la sospecha de peculados, corrupción y conspiraciones
omnipresentes.] Parece bastante convincente la preposición según la
cual esto puede set el núcleo de verdad en los anticuados argumentos
contra todo tipo de medios para las masas porque incitan al auditorio
a la criminalidad. El hecho decisivo es que esta atmósfera de
normalidad del crimen, su presentación en términos de una previsión
promedio basada en situaciones de la vida, no se expresa nunca con
toda claridad pero está establecida por la apabullante riqueza de
material. Puede afectar a determinados grupos de espectadores más
profundamente que la moraleja explícita del crimen y el castigo que
por lo regular se saca de esos programas. Lo que cuenta no es la
importancia del crimen como expresión simbólica de impulsos
sexuales o agresivos que de otro modo están controlados, sino la
confusión de este simbolismo con un realismo mantenido
pedantescamente en todos los casos de percepción sensorial directa.
Así, la vida empírica queda embebida de una suerte de significado
que excluye la experiencia adecuada, por más que obstinadamente se
trate de reforzar la apariencia de tal "realismo". Esto
influye sobre la función social y psicológica del teatro.
Resulta
difícil establecer si los espectadores de la tragedia griega
experimentaban realmente La catarsis que describió Aristóteles; en
realidad, esta teoría, desarrollada cuando ya había pasado la época
de la tragedia, parece haber sido una racionalización en sí misma,
un intento por exponer el propósito de la tragedia en términos
pragmáticos, cuasi científicos. Sea como sea, parece bastante
seguro que quienes asistían a la representación de la Orestíada de
Esquilo o del Edipo de Sófocles no tendían a traducir estas
tragedias (cuyo tema era conocido de todos y el interés en las
cuales se centraba en el tratamiento artístico) directamente en
términos de vida cotidiana. Ese auditorio no esperaba que a la
vuelta de la esquina, en Atenas, ocurrieran cosas análogas. A decir
verdad, el pseudo-realismo permite la identificación directa y
sumamente primitiva alcanzada por la cultura popular; y presenta una
fachada de edificios, habitaciones, vestidos y caras triviales corno
si constituyeran la promesa de que algo emocionante y estremecedor
puede tener lugar en cualquier momento.
Con
el objeto de establecer este marco de referencias socio- psicológico
sería necesarios seguir sistemáticamente categorías -como serla
normalidad del delito os el pseudo-realismo y muchas otras- a fin de
determinar su unidad estructural y de interpretar artificios,
símbolos y clisés específicos en relación con este contexto. En
esta etapa, es nuestra hipótesis que los contextos y los artificios
particulares tenderán en la misma dirección.
Sólo
contra telones psicológicos como el del pseudo-realismo y contra
supuestos implícitos como el de la normalidad del delito pueden
interpretarse los clisés específicos de las piezas de televisión.
La misma uniformación que indican los contextos estables produce
automáticamente una serie de clisés. Asimismo, la tecnología de la
producción para la televisión hace casi inevitable el clisé. El
poco tiempo con que se cuenta para la preparación de los guiones y
el enorme material que hay que producir continuamente exige el
establecimiento de ciertas fórmulas. Por otra parte, en piezas que
sólo duran entre un cuarto de hora y media hora parece inevitable
que crudamente se indique mediante luces rojas y verdes cuál es la
clase de persona que se le presenta al auditorio. No nos interesa
aquí el problema de la existencia del clisé en sí mismo. Como los
clisés constituyen un elemento indispensable de la organización y
previsión de la experiencia, que nos impide caer en la
desorganización mental y el caos, no hay arte alguno que pueda
pasarse absolutamente sin ellos.
También
aquí lo que nos interesa es el cambio funcional. Cuanto más se
cosifican y endurecen los clisés en la actual organización de la
industria cultural, tanto menos es probable que las personas cambien
sus ideas preconcebidas con el progreso de su experiencia. Más opaca
y compleja se vuelve la vida moderna y más se siente tentada la
gente a aferrarse desesperadamente a clisés que parecen poner algún
orden en lo que de otro modo resulta incomprensible. De este modo los
seres humanos no sólo pierden su auténtica capacidad de comprensión
de la realidad sino que también, en última instancia, su misma
capacidad para experimentar la vida puede embotarse mediante el uso
constante de anteojos azules y rosados.
La
conversión en clisé
A1
ocuparnos de este peligro es posible que no hagamos justicia
plenamente al significado de algunos de los clisés sobre los que hay
que tratar. No debemos olvidar en ningún momento que todo fenómeno
psicodinámico tiene dos caras, a saber, el elemento inconsciente o
del Ello y la racionalización. Si bien a este último se lo define
psicológicamente como un mecanismo de defensa, es muy posible que
encierre una verdad objetiva, no psicológica, que no se puede dejar
de lado sencillamente fundándose en la función psicológica de la
racionalización. Así, algunos de los mensajes clisés, dirigidos a
puntos particularmente débiles en la mentalidad de grandes sectores
de la población, pueden resultar perfectamente legítimos. Sin
embargo, cabe decir con ecuanimidad que los discutibles beneficios de
las moralejas, como la de que "no se debe ir en pos de un arco
iris", quedan ampliamente tapados por la amenaza de inducir a la
gente a adoptar simplificaciones mecánicas mediante modos de
deformación del mundo que dejan la impresión de que éste puede
distribuirse en casilleros preestablecidos.
El
ejemplo aquí elegido ha cíe indicar, no obstante, en forma bastante
drástica, el peligro de los clisés. Una pieza de televisión
relativa a un dictador fascista, una especie de híbrido entre
Mussolini y Perón, muestra al dictador en un momento de crisis; y el
contenido de la pieza consiste en su colapso interior y exterior. En
ningún momento se deja en claro si la causa de su colapso es un
levantamiento popular o una rebelión militar. Pero ni esta cuestión
ni otra alguna de naturaleza social o política entra en el
argumento. El curso de los acontecimientos tiene lugar exclusivamente
en un nivel privado. El dictador es simplemente un villano que trata
con sadismo a su secretaria y a su "bondadosa y adorable
esposa". Su antagonista, que es un general, estuvo antes
enamorado de la esposa; y general y esposa se siguen amando, por más
que la esposa se mantiene fielmente el lado de su marido. Forzada por
la brutalidad del marido, la esposa huye, y es interceptada por el
general, quien quiere salvarla. El punto culminante se alcanza cuando
los guardias rodean el palacio para proteger a la popular esposa del
dictador. No bien se enteran de que ella ha partido, los guardias se
marchan; y el dictador, cuyo "yo inflado" explota al mismo
tiempo, se rinde. El dictador no es nada más que un mal hombre,
pomposo y cobarde. Parece proceder con suma estupidez; no sale a
flote nada relativo a la dinámica objetiva de la dictadura.
Se
crea la impresión de que el totalitarismo surge de desórdenes
caracterológicos en políticos ambiciosos y de que es derrocado por
la honradez, el coraje y la calidez humana de aquellas figuras con
que se supone que se identificará el auditorio. El recurso estándar
que se utiliza es el de la personalización espuria de cuestiones
objetivas. Los representantes de las ideas atacadas, como sucede aquí
en el caso de los fascistas, son presentados como villanos en un
ridículo estilo "de capa y espada", en tanto que aquellos
que combaten por la "buena causa" son idealizados
personalmente. Esto no sólo aleja de toda cuestión social concreta
sino que afianza la división del mundo, psicológicamente tan
peligrosa, en negro (el grupo de afuera) y blanco (el grupo de
adentro). Por cierto, ninguna producción artística puede ocuparse
de ideas o credos políticos in abstracto, pues tiene que
presentarlos en términos de su impacto concreto sobre seres humanos,
pese a lo cual sería fútil presentar individuos como meros
especimenes de una abstracción, como títeres representativos de una
idea. A fin de ocuparse del impacto concreto de los sistemas
totalitarios resultaría más recomendable mostrar cómo la vida de
gente común es afectada por el terror y la impotencia, en vez de
encarar la psicología falseada de los figurones, cuyo rol heroico es
calladamente reconocido en semejante tratamiento por más que se los
represente como villanos. Al parecer no hay casi otro problema de
tanta importancia como un análisis de la pseudo-personalización y
sus efectos, el cual no se limita en modo alguno a la televisión.
Si
bien la pseudo-personalización denota el modo estereotipado de
"considerar las cosas" en la televisión, también debemos
destacar determinados clisés en el sentido más estricto. A muchas
piezas de televisión se las podría caracterizar mediante este lema:
"una chica linda no puede hacer nada malo". La heroína de
una comedia liviana es, para emplear la expresión de George Legman,
una "heroína puta" (a bitch heroine) [Véase el estudio
Love and Death. A Study in Censorship, por G. Legman, Nueva York,
1949 (N. del D.)]. Se comporta hacia su padre en una forma
increíblemente inhumana y cruel, que sólo levemente se racionaliza
como "alegres jugarretas". Pero se la castiga muy
ligeramente, en el caso de que se la castigue. A decir verdad, en la
vida real las malas acciones son rara vez castigadas, pero esto no
puede aplicarse a la televisión. En este caso, quienes desarrollaron
el código de producción para el cine parecen estar en lo cierto: lo
que cuenta en los medios para las masas no es lo que sucede en la
vida real sino, en cambio, los "mensajes" positivos y
negativos, las prescripciones y los tabúes que el espectador absorbe
por medio de la identificación con el material que está
contemplando. El castigo infligido a la bonita heroína sólo
satisface nominalmente las exigencias convencionales de la conciencia
moral durante un segundo. Pero se le da a entender al espectador que
a la bonita heroína en realidad se le perdona cualquier cosa por el
solo hecho de que es bonita.
La
actitud en cuestión parece indicar una proclividad universal. En
otro sketcht que corresponde a una serie relativa a los cuenteros del
tío, la chica atrayente que es activa participante en la pandilla de
estafadores no sólo obtiene su libertad provisional tras haber sido
condenada a prisión por un largo período sino que también parece
tener bastante posibilidades de contraer enlace con su víctima. Por
supuesto, su moral sexual es impecable. Se espera que el espectador
guste de ella a primera vista, considerándola un personaje pulcro y
modesto, y al espectador no hay que desilusionarlo. Si bien queda al
descubierto que se trata de una tramposa, hay que restablecer o,
mejor dicho, mantener la identificación inicial. El clisé de la
buena chica es tan resistente que ni siquiera la prueba de su
delincuencia puede destruirlo; y, con mafia o con fuerza, debe ser lo
que parece ser. De más está decir que tales modelos psicológicos
tienden a confirmar las actitudes de explotación, imposición y
agresión en las jovencitas, o sea, esa estructura de carácter que
en psicoanálisis se conoce hoy con el nombre de agresividad oral.
A
veces se disfrazan estos clisés como rasgos nacionales
norteamericanos, como parte del escenario norteamericano en el que la
imagen de la chica altanera y egoísta pero irresistible que le saca
canas verdes a su pobre papá ha llegado a constituir una institución
pública. Este modo de razonar es un insulto al espíritu
norteamericano. La publicidad con alta presión y la constante
tentativa por popularizar e institucionalizar determinado tipo odioso
no hace del tipo un símbolo sagrado del folklore. Muchas
consideraciones de naturaleza aparentemente antropológica sólo
tienden en la actualidad a velar tendencias objetables, como si
fueran de un carácter etnológico, cuasi natural. De paso, es
asombroso hasta qué punto el material de la televisión, incluso en
un examen superficial, trae a la mente conceptos psicoanalíticos,
pero con la particularidad de que se trata de un psicoanálisis al
revés. El psicoanálisis ha descrito el síndrome oral que reúne
las tendencias antagónicas de rasgos de agresión y dependencia.
Este síndrome del carácter está indicado de cerca por la chica
bonita que no puede hacer cosas malas y que, si bien es agresiva
frente a su padre, lo explota al mismo tiempo, dependiendo tanto de
éste cuanto, en el nivel superficial, adopta una actitud de
oposición a él. La diferencia entre el sketch y el psicoanálisis
consiste sencillamente en que el sketch exalta el mismísimo síndrome
que es considerado por el psicoanálisis como un retorno a fases
infantiles de desarrollo que el psicoanalista trata de disolver.
Queda por verse si algo análogo se aplica igualmente a ciertos tipos
de héroes masculinos, en particular al supermacho. Bien podría
suceder, asimismo, que el supermacho no pueda hacer daño.
Por
último, debemos referirnos a un clisé bastante difundido que, en
tanto que se da por sentado en la televisión, resulta más
acentuado. Al mismo tiempo, el ejemplo puede servir para mostrar que
ciertas interpretaciones psicoanalíticas de clisés culturales no
son en realidad demasiado descabelladas; las ideas latentes que el
psicoanálisis atribuye a determinados clisés salen a la superficie.
Existe una idea muy popular de que el artista no sólo es inadaptado,
introvertido y a priori un poco ridículo sino que también es en
realidad un "esteta", raquítico y "afeminado".
En otras palabras, el folklore sintético contemporáneo tiende a
identificar al artista con el homosexual y a respetar solamente al
"hombre de acción" como hombre real, como hombre fuerte.
Esta idea se expresa en forma asombrosamente directa en uno de los
guiones de comedia que tenemos a nuestra disposición. Retrata a un
jovencito que no sólo es el "opio" que aparece tan a
menudo en la televisión sino que también es un poeta tímido,
retraído y debidamente exento de talento cuyos poemas idiotas son
ridiculizados.[ Podría argumentarse que esta misma ridiculización
expresa que este muchacho no está destinado a representar al artista
sino simplemente al "opio". Pero posiblemente esta
respuesta es demasiado racionalista. También en este caso, como en
el de la maestra de escuela, el respeto oficial por la cultura impide
caricaturizar al artista en cuanto tal. Sin embargo, al caracterizar
al muchacho como autor de poemas, entre otras cosas, se llega
indirectamente a que las actividades artísticas y la tontería están
asociadas entre sí. En muchos aspectos la cultura de masas está
organizada mucho más mediante estas asociaciones que en términos
estrictamente lógicos. Cabe añadir que muy a menudo los ataques
contra cualquier tipo social tratan de protegerse presentando
aparentemente al objeto del ataque como una excepción, si bien por
las indirectas debe entenderse que se lo considera un ejemplar del
concepto en su totalidad.] Está enamorado de una chica pero es
demasiado débil e inseguro para entregarse a los "toqueteos"
que ella le sugiere con bastante crudeza; a la chica, por su parte,
se la caricaturiza como una cazadora de pantalones. Como ocurre con
frecuencia en la cultura de masas, los roles de los sexos están
invertidos: la chica es abiertamente agresiva y el muchacho,
absolutamente temeroso de ella, se describe a sí mismo como un ser
"manejado por las mujeres" cuando la chica consigue
besarlo. Aparecen insinuaciones groseras de homosexuali dad, una de
las cuales corresponde mencionar: la heroína le dice a su amiguito
que otro muchacho esta enamorado de alguien y el amiguito le
pregunta: "¿De qué está enamorado?". Ella le contesta:
"De una chica, por supuesto", y el amiguito le responde:
"¿Por qué por supuesto? En otra ocasión fue la tortuga de un
vecino y, más todavía, se llamaba Samuelito". Esta
interpretación del artista como un ser de innata incompetencia y
como descastado social (a través de la insinuación de inversión
sexual) es digna de ser examinada.
No
pretendemos que los casos y ejemplos particulares ni las teorías
según las cuales se los interpreta sean básicamente nuevos. Pero,
en vista del problema cultural y pedagógico que presenta la
televisión, no pensamos que la novedad de las conclusiones
específicas deba constituir tina consideración primordial. A través
del psicoanálisis sabemos que el razonamiento que termina con un
"¡Pero a todo eso ya lo sabemos!", es a menuda una
defensa. Se lleva a cabo esta defensa a fin de hacer caso omiso de
nociones que en realidad incomodan y que nos hacen la vida más
difícil de lo que ya es porque agitan nuestra conciencia moral en
momentos en que se supone que gocemos de los "sencillos placeres
de la vida". La indagación sobre los problemas de la televisión
que aquí hemos señalado y ejemplificado con unos cuantos casos
elegidos al azar exige, más que nada, tomar en serio nociones que
para la mayor parte de nosotros nos resultan vagamente familiares; y
esto se consigue poniendo esas nociones en el contexto y la
perspectiva adecuados, y verificándolas con un material apropiado.
Proponemos que se concentre la atención en cuestiones de las que
tenemos conciencia vagamente, pero también con cierto fastidio,
incluso a expensas de que nuestro fastidio aumente mientras avancen
más y más sistemáticamente nuestros estudios. El esfuerzo que al
respecto se requiere es en sí mismo de naturaleza moral, pues
consiste en encarar a sabiendas mecanismos psicológicos que actúan
en diversos niveles a fin de no convertirnos en víctimas ciegas y
pasivas. Podemos cambiar este medio de vastísimas posibilidades con
tal que lo consideremos con el mismo espíritu que, según esperamos,
se expresará algún día a través de sus imágenes.
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